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La fisga nueva, un cuento Kawésqar

Un cuento Kawésqar

Autor: Jekíltowa

          Cada año, León y sus primos Alex y Martina, vuelven a San Juan para estar con la abuela Carmen. Viajar hasta donde ella vive es toda una aventura porque es un lugar apartado entre mar, bosques y turberas del sur. Los tres niños van felices mirando por la ventana de la camioneta hasta que, a Martina, se le ocurre interrumpir la calma cantando con voz muy aguda. Cuando al fin llegan a la casa, doña Carmen los sale a recibir junto a sus gansos, patos y perros. Camina con seguridad, pero con la ayuda de un antiguo bastón con el que también mueve las brasas del fogón que siempre está vivo para mantener el calor y para cocinar.


León corre para abrazarla, Alex se les une, pero Martina se distrae con los animales y persigue a uno de los gansos para sacarle una pluma.

- Deja al pobre Totó tranquilo y ven a abrazar a tu abuela - la reprende ella. 

Ansioso, León le pregunta: - ¿En qué te ayudamos Nana?¿A traer leña, a buscar agua o alimentar a tus patos (*Nana le dicen de cariño a la abuela Carmen)

- Ayúdenme a reunir varas de canelo para hacerles una fisga, estamos en el tiempo de los erizos.

- ¡Que rico, erizos! - exclaman los niños a coro.


León imagina de pronto, cuando su abuela era niña y aprendió de otros kawésqar a recolectar erizos, mariscar y fabricar su propia fisga.

- ¿Y dónde iremos a buscarlos? - pregunta con curiosidad el niño. 

- Los llevaré a un lugar muy especial, a orillas del mar. Ahí, con la marea baja, emergen tremendas rocas de color rosado y aparecen repletas de erizos - dice ella contagiando su entusiasmo y abriendo los ojos como si ya los viera y saboreara.


León observa muy atento las manos de la abuela confeccionando la herramienta que les permitirá recoger del mar los productos con los que después almorzarán junto al fuego, uno de sus platos favoritos a base de erizos y huevos de Caiquén, recolectados en las cercanías de la misma casa donde ella vive junto al mar.


- ¡Yo quiero aprender! - dice entusiasmado imaginando que es el mejor cazador de erizos. Con ayuda de la abuela, los niños terminan de elaborar su fisga. León observa la vara puntiaguda y decide decorarla con restos de junquillo que se usan para hacer cestos.


Después se preparan para la aventura, abrigándose con gorros de lana, botas de agua y baldes para juntar los erizos. Deben caminar hasta la playa y en el camino van admirando los árboles torcidos por el viento, el vuelo de diferentes aves como cormoranes, tiuques, petreles y pilpilenes.


Al llegar al lugar secreto de la abuela en la playa rocosa, León sigue las instrucciones que ella les va dando para extraer su futuro almuerzo. Mientras realizan la tarea de recolección, la abuela Carmen les pregunta como les fue en el colegio. Alex se aleja un poco, aburrido de escuchar a Martina hablar de sus conocimientos matemáticos y se entretiene haciendo patitos.


- ¿Nana, como ves exactamente donde hay erizos? - a León no le parece una tarea fácil.

- Los veo desde arriba, como los ve un caiquén - le guiña un ojo a su nieto y sonríe.

León imagina que a la abuela le salen alas con plumas blancas con negro y se ríe con ella. Ya han reunido suficientes y doña Carmen decide que ya es hora de regresar, pero al llamar a los niños se da cuenta de que Alex no está. La mujer mira de un extremo al otro de la playa, pero el niño no se ve.


- ¿Dónde se ha metido Alex? - pregunta caminando rápido con el apoyo de su bastón. 

- Tranquila abuela - le toma la mano León - debe estar por aquí cerca.

Olvidan las ganas de almorzar y comienzan a llamar a Alex a gritos. León se preocupa de que quizás se haya hundido en el mar y se lo haya llevado una ballena jorobada, pero en eso la abuela los llama. Hay huellas en la arena que llevan directo a un gran coigüe, y a un lado está su balde con erizos.


Los tres se reúnen junto al grueso tronco y miran para arriba buscando entre las ramas.

- No está aquí. Demasiado silencio, y a Alex le gusta llamar la atención - dice Martina recordando a su travieso hermano.

- Miren - dice León unos pasos más adelante, señalando el suelo - su fisga! 

- ¡Ah!- exclama la abuela - Creo que sé donde puede estar. Síganme.


Siguen a la abuela hasta el final de la bahía en donde hay un montón de calafates, y ella les asegura de que Alex se ha metido entre medio de aquellas plantas. Los niños no comprenden por qué el primo Alex atravesaría esas matas espinosas, pero pronto la mujer señala una inadvertida abertura, algo así como una cueva de zorro. Mueve las ramas un poco más con su bastón dejando al descubierto un sendero. León está emocionado imaginando que ese pasadizo los llevará a un lugar mítico.


Caminan un poco y escuchan el sonido de algo parecido a un montón de piedras cayendo o como un estruendo de cerámicas que se rompen. León y Martina se miran asustados pensando que puede ser un espíritu malvado de los antiguos Kawésqar.


Pero la abuela se apresura y los niños la deben seguir ignorando sus miedos.

- ¡Alex! - grita con la mano en el corazón al ver al niño dentro de un hoyo

- Sal de ahí ahora mismo! Nos tenías preocupados. Y mira donde estas metido, este es un lugar arqueológico.


El menor de los primos se queda congelado al escucharla tan alterada, justo cuando a lanzado un motón de conchas al aire y le caen en la cabeza. León y Martina miran confundidos y aún con algo de susto.

- ¿Arqueo qué? - dice el pequeño, mientras ella estira el bastón para sacarlo de un solo tirón.

- ¿Qué es esto? - pregunta León con el ceño arrugado mirando la fosa.

- ¡Parece basura! - exclama Martina.

- Algo así - dice la abuela rescatando algunos trozos de concha que aún están en la cabeza de Alex. 

- Pero una basura buena, de mucho valor histórico.

- ¿Cómo la basura va a ser buena, abuela? - se ríe León.

- Hace muchos años, nuestros antepasados Kawésqar viajaban en sus canoas de un lado a otro buscando un buen lugar para quedarse por un tiempo y así recuperar fuerzas para seguir andando. Todas estas conchas que ven aquí, fueron su alimento ¿Se imaginan? León imagina los banquetes de lapas, choritos y erizos que se daban los antiguos, y luego volviendo a navegar con inmensas panzas. Se ríe de solo pensarlo.


- Acérquense a mirar. Incluso hay algunos arpones de hueso de ballena, los que usaban para cazar lobos marinos y con ellos hacer aceites y pieles para protegerse del frío.

- ¿Nana? - pregunta León sin dejar de mirar la fosa, esta vez fascinado de saber que esos trozos de concha eran en realidad un importante tesoro.

- ¿Por qué los antiguos Kawésqar no se quedaban en un solo lugar? ¿No habría sido más fácil?

- Hijo mío, si tu pudieras salir a navegar ¿No quisieras descubrir nuevos y hermosos paisajes todo el tiempo?

- ¡Sí, me gustan mucho las aventuras!

- Los seres vivos nos movemos. Nuestra gente lo tenía muy claro y aprovechaba a moverse por tierra y por mar..

De regreso a casa, los primos van en silencio pensando en lo que han visto.

- Nana ¿Le puedo contar a mis amigos lo que vimos, o es un tesoro secreto? - León se preocupa al pensar que, si habla del conchal, la gente quiera hacerle daño o que comentan el error de Alex de no entender su valor.

- Por supuesto, y háblales de nuestra cultura, con el mismo amor que yo se los trasmito a ustedes.


Los tres primos caminan en fila detrás de la abuela, de vuelta a casa siguiendo sus pasos, pensando que toda esta gran aventura que comenzó con una fisga nueva, y les llevó a conocer la cultura de su pueblo.

Francisco González

21 de mayo de 2022, 07:00:00

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